sábado, 24 de abril de 2010

EL TATUAJE


EL TATUAJE

A Dumas no le gustaban los tatuajes, sobre todo desde que notó la calavera en el brazo de Orestes. Orestes era el hombre que vivía con Jimena, la mujer a la que Dumas había amado secretamente toda la vida. Nunca se atrevió a confesarle su amor. Su tartamudez, sus gruesos lentes y su torpeza, lo habían vuelto un ser inseguro a pesar de su gran inteligencia.

Dumas, Jimena, Javier y su gemelo Orestes, habían crecido en el mismo barrio. De pequeña, Jimena comenzó por mostrar interés en Javier, pero cuando los padres de éste se divorciaron -y el padre se lo llevó lejos- ésta se apegó más al otro gemelo. Conforme iban creciendo, se hacía evidente la preferencia de Jimena por Orestes, que era físicamente mucho más agraciado que Dumas, que además se había vuelto retraído y solitario.

Tras salir de secundaria, Jimena y Orestes decidieron vivir juntos… y se instalaron en una casa en la misma calle que vivía Dumas. Con el paso de los años la convivencia entre ellos se hizo insoportable. A Dumas le hervía la sangre cada vez que escuchaba a lo lejos las peleas y los gritos provenientes de aquella casa. Todos en el barrio sabían que Orestes la golpeaba y que ella sólo continuaba a su lado por temor a que cumpliera sus amenazas.

Pero una de aquellas noches en que Orestes había llegado ebrio, y los gritos de Jimena rasgaban el silencio, Dumas tomó una firme determinación. Era ahora o nunca. Se vistió y se dirigió a casa de Jimena. Para cuando estuvo a un par de metros de la casa, ya habían cesado los gritos. Al llegar, encontró la puerta abierta. Entró sigilosamente sin percatarse de la valija a su derecha. Allí estaba Jimena, sollozando en el sofá. A poca distancia de ella estaba el maldito. Nadie se percató de su presencia, lo que Dumas aprovechó para acercarse a ellos. Al ver la reluciente hoja del cuchillo, Jimena saltó como un resorte, pero no tuvo tiempo de pronunciar palabra antes de que Dumas lo hundiera en el costado del hombre, que cayó de inmediato al suelo.

A Dumas le pareció increíble que Jimena todavía sintiera lástima por su agresor, al verla llorar histérica sobre su pecho. En ese momento, el eco de una maldición hizo que Dumas girara hacia la puerta de una de las habitaciones. Mirando la escena desde el umbral, estaba Orestes. La calavera en su brazo esta vez parecía reír…

REMR
3/dic./2009

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