jueves, 11 de diciembre de 2008

UN DÍA COMPLICADO


Apagó el despertador de un manotazo, se dio la vuelta, se enroscó bajo la manta y se volvió a dormir. Al despertar se estiró perezoso mientras bostezaba, como quien no tiene prisa por levantarse. De pronto fue golpeado por la realidad.
¡Diablos, es lunes! Miró el reloj. ¡Maldición, ya estoy tarde! Los tragos y la trasnochada habían hecho su efecto. Solo a él se le ocurría irse de farra con los amigos un domingo.

Como era su costumbre, encendió el televisor mientras se preparaba para salir. Cuando se ponía los calcetines, hizo su aparición en la pantalla un hombre vestido con una capa brillante. Se trataba del astrólogo. Él no creía en esas cosas, pero le divertía escuchar su horóscopo para luego mofarse de los desaciertos. Pensaba que quienes se dedicaban a eso eran una partida de charlatanes.
–¡Escorpio! Te espera un día complicado, Escorpio, pero tu astucia te sacará de apuros. Espera lo inesperado. Tu número de suerte es…

Apagó la tele y salió a toda prisa de la casa. El tráfico a esa hora era insoportable y ya tenía varias tardanzas este mes. Por el camino iba pensando en alguna excusa que no hubiera utilizado hasta ahora. Ya había enfermado parientes, había descompuesto el auto y unas cuantas cosas más. Al final se decidió por algo simple y común que le podía servir. Al llegar al estacionamiento se enrolló las mangas y sin que nadie lo viera, pasó las manos por uno de los neumáticos. De camino al elevador se topó con el jefe que, sin siquiera saludar, le preguntó la razón de su nueva tardanza. Mostrándole las manos sucias le contó que se le había desinflado un neumático y había tenido que detenerse a cambiarlo. Siguió hacia la máquina que evidenciaría su hora de llegada, introdujo el dedo y siguió hacia el baño a lavarse las manos. –Estúpido viejo –se refirió a su jefe mientras se restregaba las manos con jabón–, qué le importa lo que me haya pasado. Al final el tiempo que estuve ausente no me lo va a pagar…

Se dirigió a su oficina a comenzar el día de trabajo. Tan pronto puso el pie en ella, Álvarez asomó la nariz pidiéndole el informe que debió haber dejado listo antes de irse de fin de semana. –El informe, eeeh –se puso a rebuscar mentalmente una excusa creíble para dar–. ¿Qué cree, Álvarez? El viernes, cuando me disponía a imprimirlo, de pronto el ordenador se apagó y ya no quiso volver a encender. Pero no se preocupe, que ahora mismo llamo al técnico para que la repare y en un momento imprimo y le paso el informe.
Álvarez le echó una mirada de desconfianza y le aclaró que lo quería de inmediato en su escritorio. Tan pronto se cerró la puerta, Martínez se dispuso a encender el ordenador. Irónicamente la máquina se negó a encender. Tuvo que llamar al técnico para que la reparara. Después se puso a crear el informe. Mientras lo hacía, recibió varias llamadas de Álvarez pidiéndole que se diera prisa.

El día no mejoraba. Recordaba el viejo dicho de que “lo que mal empieza, mal acaba”. Solo deseaba que el tiempo pasara volando. Tuvo que tomar un par de aspirinas para el dolor de cabeza que la tensión le había generado. A la hora del almuerzo se encontró con González en el recibidor. Habían quedado en ir juntos a comer. Cuando se disponían a abordar el auto de Martínez, se dieron cuenta de que tenía un neumático desinflado. Otro nuevo tropiezo en el día de Matínez. Entre ambos se pusieron a cambiarlo, pero cuando terminaron ya era tarde para salir fuera, así que decidieron ir a la cafetería de la empresa. Mientras comían, González le echaba el ojo a una guapa mujer sentada en la mesa de enfrente. Ella lo miraba sonriente al parecer aprobando sus coqueteos. Cuando se disponían a irse, González se detuvo a charlar con ella. Se presentaron y comenzaron a platicar sobre varios temas. Martínez se sentía algo incómodo pero se entretenía saludando a cuantos pasaban a su alrededor mientras su amigo seguía enfrascado en sus galanteos con la chica. De pronto González se dirigió a él.
–¿Verdad, Martínez?
–¿Eh? –preguntó este distraído.
–¿Verdad que tengo un auto deportivo del año? –González quiso impresionar a la chica.
“¿Pero qué dice este loco? ¡Si su auto está más destartalado que el mío!” Pensaba Martínez estupefacto. “¿Y cómo se le ocurre meterme en este lío?”
–Errrrrr… ¡Sí, sí! –y tomándolo del brazo le recordó que se hacía tarde. González miró la hora y asintió. Intercambiaron números celulares él y la chica y se despidieron.
–¿Cómo se te ocurre mentir así, loco?
González se limitó a soltar una carcajada y siguió caminando.

De vuelta en la oficina, Martínez continuó con su trabajo. Su concentración fue interrumpida esta vez por el sonido de su teléfono celular. Conocía muy bien aquel número. Se trataba del cobrador de la compañía financiera a la que había tomado dinero prestado. Se había atrasado en el pago. No estaba de humor para dar excusas, pero decidió contestar porque sabía que aquel individuo era capaz de presentarse a la oficina si no lo hacía.
–¿Diga?
–Señor Martínez, buenas tardes. Le habla Javier Linares, oficial de cobro de Torres & Torres, Grupo Financiero.
–Sí, ya sé –lo interrumpió.
–Le estoy llamando para recordarle que ha vencido el pago de este mes.
–Sí, disculpe. Sé que debí llamar antes y avisar, pero todo se ha debido a que hace poco estuve enfermo y tuve gastos imprevistos de hospital y medicinas. En este momento no tengo un peso, pero le aseguro que recibirá el pago en la próxima quincena.
Tanto como sin un peso no estaba. Al pagar el almuerzo en la cafetería había contado y guardado con sumo cuidado los cuatro billetes de veinte dólares que le quedaban para los gastos del resto de la semana.
El día no mejoró. Lo único bueno que ocurrió fue la llegada de la hora de salida. Por fin podía irse a casa, desconectarse de tanta locura. Nuevamente deslizó el dedo en la máquina que daría fe de la jornada de trabajo cumplida. Tomó el elevador y se dirigió al edificio del estacionamiento. Mientras más se acercaba, más fuerte se escuchaba el rumor de voces. Pudo ver que un grupo de personas se arremolinaba en torno al espacio del estacionamiento donde González solía dejar su auto. Se preguntó si algo pasaba con él. Se hizo espacio entre la gente y entonces pudo entender lo que pasaba. En lugar del desvencijado auto de González había un auto deportivo del año que ni con todo el sueldo de un año hubiera podido pagar. “¿Entonces era cierto lo que había dicho en el almuerzo? ¿Y porqué cuando le llamé la atención no me lo dijo? ¡El muy cretino…!” González, sentado al volante con cara de incredulidad, no atinaba a decir palabra. Había tanta gente encima de él que ni siquiera se acercó. Hablaría con él al día siguiente.

Se subió a su auto, lo encendió, se puso el cinturón de seguridad y se dispuso a perderse entre aquella multitud de asalariados que se veían obligados a enfrentar día tras día el embotellamiento de la hora de salida para llegar a casa. Así desperdiciaba horas valiosas de su vida todos los días. Se percató de que su auto necesitaba combustible. Se desvió en un callejón para abastecerlo en una gasolinera que tenía el mejor precio de los alrededores. Cuando abrió la billetera para extraer el dinero que necesitaba, la encontró vacía. ¿Cómo podía ser esto? No se lo explicaba. Estaba totalmente seguro de que luego de pagar el almuerzo había guardado muy bien el dinero en uno de los compartimientos. En ningún otro momento se la sacó del bolsillo. Nadie pudo haberle robado. Tampoco pudo haberlos perdido. Aquello era inaudito. Visiblemente desconcertado optó por utilizar la tarjeta de crédito.

Al llegar a la casa se detuvo en el buzón y recogió las cartas. Se encontró con un sobre cuya procedencia no le era familiar. Se trataba de una carta de cobro de un hospital. ¡Y él no había estado en ningún hospital! Al depositar la absurda carta sobre la mesa de la cocina, encontró varios frascos de medicamentos con su nombre. No se explicaba de dónde habían salido, pues hacía mucho que no se enfermaba, y juraba que en la mañana aquellos frascos no estaban allí. Sentía que se estaba volviendo loco.

Se quedó pensativo. De pronto empezó a atar cabos. Después de unos minutos se levantó del asiento con cara de sorpresa, como quien hace un gran descubrimiento. Entonces recordó que se había encontrado a González en la mañana. Luego de saludarse y quedar en ir juntos a almorzar, su amigo quiso indagar sobre la verdadera razón de su tardanza, pues ya imaginaba que el cuento del neumático había sido una mentira. A Martínez (para no quedar como un idiota), se le ocurrió decir que había llegado tarde porque se había pasado todo el fin de semana metido en su habitación con una preciosa e insaciable rubia que había dejado dormidita en su cama.

Entonces escuchó que desde su habitación una voz femenina pronunciaba dulcemente su nombre. Con una sonrisa de oreja a oreja se apresuró a subir de dos en dos los peldaños que daban al piso superior. Por lo visto mañana también llegaría tarde.

REMR
3/dic./2008