lunes, 3 de noviembre de 2008

DESTIEMPO


Hoy…

Laura se encierra en su cuarto y se acomoda en un sillón. Abre con cuidado el sobre, desdobla el papel y lee. Cada palabra da cuenta de la ilusión con que la escribe su remitente. Una lágrima rueda por su mejilla. El hombre que por tantos años ha amado en secreto acaba de confesarle su amor. Alcanza la foto que tiene en la mesita a su lado. Desliza sus dedos por los contornos de aquella cara mientras las lágrimas resbalan por su rostro y van a estrellarse contra el cristal del marco. Acerca la foto a su pecho y se abandona a un llanto desconsolado.

Ayer…

El sol comenzaba a ocultarse detrás de los montes cuando, desde la ventana de la sala, Laura observó que en la casa de enfrente se estacionaba un vehículo del que se bajaron dos uniformados. Escuchó un grito. El corazón le dio un vuelco. Salió a toda prisa, cruzó la calle, y cuando traspasó la entrada, se encontró con doña Carmen desmayada en brazos de su esposo, mientras éste, con los ojos llorosos y la voz entrecortada, intentaba hacer preguntas.

Uno de los hombres, con la mirada perdida entre las fotos familiares acomodadas sobre una mesa, maldecía para sus adentros ser portavoz de malas noticias, mientras ayudaba a don Pablo a acomodar a su esposa en el sofá. El otro uniformado, colocando su mano en el hombro de aquel padre, le notificaba que su hijo sería condecorado con el Corazón Púrpura. Laura sabía que esa distinción la otorgaban tanto a los muertos, como a los heridos en batalla. Aterrada y temblando, albergó la esperanza de que Javier estuviera todavía con vida.

Anteayer…

A pesar de estar entre tanta violencia, ese día Javier se sentía especialmente feliz. Por fin se había animado a aceptar sus sentimientos. Seguramente la carta estaría por llegar. Habían crecido juntos, pero sólo estando lejos de Laura pudo darse cuenta de que ya no la veía como una simple amiga. En breve saldría a su última misión y pronto estaría de regreso en casa. No hacía otra cosa que imaginar aquel encuentro.

Al partir el convoy, desde su asiento del pasajero, miraba hacia el camino casi sin pestañear. Sabía a lo que ese exponía, pero todo sucedió tan rápido que él nunca se enteró de que el vehículo en que viajaba se precipitó sobre una bomba…

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